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<title>Noticia2</title>
<p>
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso,
que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta
afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y
aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y
desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para
comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos
cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los
que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y
aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando
llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas
partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de
tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra
fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra
divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora
del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por
entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las
entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy
bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba
que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el
rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo,
alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable
aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de
la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera
con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo
muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto,
graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de
Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo,
decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía
comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy
acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan
llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
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